La ecología definida por un
“salvaje”
Carta dirigida por el Jefe indio Seattle, Gran Jefe
de los Duwamish, al 14º presidente de los EE.UU, Franklin Pierce. Pronunció
este discurso ante Isaac Stephens, Gobernador del Territorio de Washington, en
1855, y no se publicó hasta 1887, treinta y dos años después.
En el año 1854 el
jefe indio Noah Sealth respondió de una forma muy especial a la propuesta
del presidente Franklin Pierce para crear una reserva india y acabar con los
enfrentamientos entre indios y blancos. Suponía el despojo de las tierras
indias. En el año 1855 se firmó el tratado de Point Elliot, con el que se
consumaba el despojo de las tierras a los nativos indios. Noah Sealth, con su
respuesta al presidente, creó el primer manifiesto en defensa del medio
ambiente y la naturaleza que ha perdurado en el tiempo. El jefe indio murió el
7 de junio de 1866 a la edad de 80 años. Su memoria ha quedado en el tiempo y
sus palabras continúan vigentes.
El gran Jefe de Washington ha mandado hacernos saber
que quiere comprarnos las tierras, junto con palabras de buena voluntad. Mucho
agradecemos este detalle, porque de sobra conocemos la poca falta que le hace
nuestra amistad.
Queremos considerar el ofrecimiento,
porque también sabemos de sobra que si no lo hiciéramos los rostros pálidos nos
arrebatarían las tierras con armas de fuego.
¿Pero cómo podéis comprar o vender el
cielo o el calor de la tierra? ...
Esta idea nos resulta extraña. Ni el
frescor del aire, ni el brillo del agua son nuestros, ¿cómo podrían ser
comprados?
Tenéis que saber que cada trozo de esta
tierra es sagrado para mi pueblo, la hoja verde, la playa arenosa, la niebla en
el bosque, el amanecer entre los árboles, los pardos insectos, son sagradas
experiencias y memorias de mi pueblo. Los muertos del hombre blanco olvidan su
tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas,
Nuestros muertos en cambio, nunca se
alejan de la tierra, que es la madre. Somos una parte de ella y la flor
perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa, son nuestros hermanos,
las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el
hombre. Todos pertenecen a la misma familia.
El agua cristalina que corre por los
ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino, que también, representa la sangre
de nuestros antepasados. Si os la vendiésemos tendríais que recordar que son
sagradas y así recordárselo a vuestros hijos.
También los ríos son nuestros hermanos
porque nos liberan de la sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran los
peces, además cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos
cuentan los sucesos y memorias de la vida de nuestras gentes.
El murmullo del agua es la voz del padre
de mi padre.
Sí, gran jefe de Washington, los ríos
son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras
canoas y alimento de nuestros hijos. Si os vendemos nuestra
tierra, tendréis que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son
nuestros hermanos y que también lo son suyos, y por lo tanto deben tratarlos
con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Por supuesto que sabemos que el hombre
blanco no entiende nuestra forma de ser, tanto le da un trozo de tierra u otro,
porque no la ve como hermana, sino como enemigo, cuando ya la ha hecho suya la
desprecia y sigue caminando, deja atrás la tumba de sus padres sin importarle.
Secuestra la vida a sus hijos y tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres
como el patrimonio de sus hijos, son olvidados.
Trata a su madre la tierra, y a su
hermano el firmamento como objetos que se compran, se explotan y se venden como
ovejas o cuentas de colores. Su apetito devora la tierra, dejando detrás solo
un desierto. No lo puedo entender, vuestras ciudades hieren los ojos del hombre
piel roja. Quizás sea porque somos salvajes y no podemos comprenderlo.
No hay un sitio tranquilo en las
ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde se pueda escuchar en la
primavera el despliegue de las hojas o el rumor de las alas de un insecto.
Quizás es porque soy un salvaje y no comprendo bien las cosas.
El ruido de la ciudad es un insulto para
el oído, y yo me pregunto: ¿Qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz
de escuchar el grito solitario de la garza o la discusión nocturna de las ranas
alrededor de la balsa?
Soy un piel roja y no lo puedo entender.
Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un
estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del
mediodía o perfumado con aroma de pinos.
Cuando el último piel roja haya
desaparecido de la tierra, cuando no sea más que un recuerdo su sombra, como el
de una nube que pasa por la pradera, entonces todavía estas riberas y estos
bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo, porque nosotros amamos
nuestro país como ama el niño los latidos del corazón de su madre.
Si decidiese aceptar vuestra oferta,
tendría que poneros una condición, que el hombre blanco considere a los
animales de estas tierras como hermanos.
Soy un salvaje y no comprendo otro
modo de vida. Tengo vistos millares de búfalos pudriéndose abandonados en las
praderas, muertos a tiros por el hombre blanco.
Soy un salvaje y no comprendo como una
maquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos solo
para sobrevivir
¿Qué puede hacer el hombre sin los
animales?
Si todos los animales desapareciesen, el
hombre moriría en una gran soledad, todo lo que pasa a los animales muy pronto
le sucederá también al hombre. Todas las cosas están ligadas.
Debéis enseñar a vuestros hijos, lo que
nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre.
Todo lo que le ocurre a la tierra le
ocurrirá a los hijos de la tierra, si los hombres escupen en el suelo, se
escupen a sí mismos.
De una cosa estamos bien seguros. La
tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. Todo
va enlazado, el hombre no tejió la trama de la vida; él es solo un hilo.
Lo que hace con la trama, se lo hace a
sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo
a amigo, queda exento del destino común. Después de todo quizás seamos
hermanos. Ya veremos.
Sabemos una cosa, que quizás el hombre
blanco descubra algún día:
Nuestro dios es el mismo Dios.
Vosotros podéis pensar ahora que él os
pertenece, lo mismo que deseáis que nuestras tierras os pertenezcan, pero no es
así. Él es el dios de todos los hombres y su compasión alcanza por igual al
piel roja y al hombre blanco.
Esta tierra tiene un valor inestimable
para Él y se daña y se provoca la ira del Creador.
También los blancos se extinguirán,
quizás antes que las demás tribus. El hombre no ha tejido la red de la vida
solo es uno de esos hilos y está tentando la desgracia si osa romper esa red.
Todo está ligado entre sí, como la sangre de una misma familia.
Si ensucias vuestro lecho cualquier
noche moriréis sofocados por vuestros propios excrementos, pero vosotros caminareis
hacia la destrucción rodeados de gloria y espoleados por la fuerza de un Dios,
que os trajo a esta tierra y que por algún designio especial, os dio dominio
sobre ella y sobre la piel roja, ese designio es un misterio para nosotros,
pues no entendemos porque se exterminan los búfalos, se doman los caballos
salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de
tantos hombres y se atiborra el paisaje de los exuberantes colinas con cables
parlanchines.
¿Dónde está el bosque espeso? ...
Desapareció
¿Dónde está el águila? ... Desapareció
Así se acaba la vida y solo nos queda el
recurso de intentar SOBREVIVIR.